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Feminismo, entre la generación de la igualdad y la generación de la culpa
En este primer cuarto del Siglo XXI estamos presenciando una deconstrucción social y cultural que ha permitido visibilizar cómo en las generaciones de mujeres y hombres jóvenes se han erradicado los roles y estereotipos de género que han empoderado a la mujer y se está paulatinamente logrando -en esa generación- la igualdad sustantiva con el hombre. Igualmente, el lenguaje comienza a sufrir, a pesar de todos los obstáculos, una deconstrucción para ser incluyente y no dejar atrás al 51.2% de la población en México, que son mujeres de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020, del INEGI.
Para las y los jóvenes, atrás han quedado las cargas del hogar y el cuidado de las y los hijos, en manos únicamente de las mujeres. Las labores de la casa y el deber de crianza lo ejercen con bastante simetría, tanto hombres como mujeres jóvenes.
El mercado laboral es un espacio que corresponde en igualdad de circunstancias a la mujer joven que ha dejado de cuestionar su derecho a estudiar, superarse y ejercer alguna profesión que tenga que ver particularmente con las ciencias exactas, como física, matemáticas, química o alguna ingeniería. Hay mujeres militares, pilotas, desde luego, médicas, actuarias o de cualquier otra profesión en la que se quieran desempeñar.
El porcentaje es cada vez mayor porque va en ascenso la matrícula en las universidades. En los deportes sucede lo mismo, las mujeres jóvenes, realizan incluso a nivel profesional, aquel que hayan elegido, sin que trascienda si hace décadas eran considerados deportes exclusivos para hombres, hay entre otras, boxeadoras, luchadoras libres, mujeres especialistas en halterofilia o, jugadoras de futbol americano.
En términos de valorar el trabajo en el hogar; se han modificado las leyes para contemplar el trabajo en casa como trabajo no remunerado. Se legisló sobre la compensación obligatoria en caso de divorcio para el efecto de que quien se dedicó preponderantemente al hogar o al cuidado de las y los hijos, tenga derecho hasta a un 50% de lo generado durante el matrimonio.
Se permite elegir el apellido materno antes que el paterno al momento de levantar el acta de nacimiento de las personas menores de edad; empiezan a haber leyes sobre la menstruación digna; se tipificó como delito el feminicidio; se contemplan acciones afirmativas en la ley y, entre otras cuestiones, se tipificó el delito derivado de la llamada “Ley Olimpia” cuando se transgrede y se ventila la intimidad de una mujer. Todas estas reformas ya permean en la vida de las mujeres jóvenes quienes están libremente desarrollando su proyecto de vida.
Además, las jóvenes conocen sus derechos y los ejercen con singularidad porque saben coordinarse para levantar sus demandas como si fuera una sola voz. Saben que son fuertes, poderosas y por qué no decirlo, hasta en ocasiones, se saben intransigentes cuando se les plantea un tema con el que disienten.
Las feministas de generaciones pasadas jamás imaginaron hasta dónde llegaría el eco de su necesaria, legítima, muchas veces solitaria, dolorosa e inacabable lucha por conseguir condiciones de igualdad y no discriminación en los diversos ámbitos, empoderarse en el mercado laboral y erradicar las diferentes formas de violencia.
¿Por qué tanto repetir las mujeres jóvenes y no dejarlo solamente en “las mujeres”? Porque la cuestión de género se debe ver generacionalmente.
Las mujeres nacidas después de la “Cuarta Conferencia Mundial sobre la mujer” celebrada en Beijing, China, en 1995, o incluso aquellas que tienen de 30 años para abajo, es decir, las adultas jóvenes, tienen una mentalidad totalmente distinta a la de las mujeres de otras generaciones.
A ellas además de haber escuchado desde que tienen uso de razón el “no te dejes”, palabras que no se decían antes, el camino ya les tocó abierto y labrado sobre aspectos relacionados con su empoderamiento en el mercado laboral, el ejercicio de sus libertades, particularmente a un proyecto de vida propio, a la de expresión sobre temas de igualdad de género, a la libertad sexual y reproductiva -tienen internalizado que las relaciones afectivas deben ser consensuadas y si no lo son saben que deben denunciar a quienes las afectan, incluso lo hacen en las universidades a través de los llamados tendederos, a los que acuden con rostro cubierto para poner el nombre y foto de los presuntos acosadores sexuales, quienes a veces lo son y otras son exhibidos porque hay animadversión que deriva de una ruptura sentimental-. En general ejercen bien sus derechos y, en su mayoría, las jóvenes son feministas y no se dejan silenciar.
¿Qué pasa con los niños y adolescentes? Ya se verá, pero previamente a ello, es necesario precisar que fue el trabajo de las generaciones pasadas de mujeres, quienes además de aperturarles el camino a las jóvenes, lo labraron.
Paradójicamente son las mujeres adultas y adultas mayores quienes siguen viviendo discriminación, violencia, desigualdad, asimetrías, roles y estereotipos de género bien definidos que les impiden, ingresar al mercado laboral y empoderarse económicamente para alcanzar parte de su libertad.
Por ser una cuestión generacional, las adultas y adultas mayores empoderadas sufren, sin paro ni tregua, micromachismos y micro violencias, porque con ellas siguen sin deconstruirse las cuestiones culturales que tanto las han violentado.
ONU MUJERES acerca de la Cuarta Conferencia Mundial de la mujer señala que “marcó un importante punto de inflexión para la agenda mundial de igualdad de género”.
“La Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, adoptada de forma unánime por 189 países, constituye un programa en favor del empoderamiento de la mujer y en su elaboración se tuvo en cuenta el documento clave de política mundial sobre igualdad de género”, añade.
Fue a través de la educación tanto en las escuelas como en casa y por medio del juego -muñecas profesionistas alejadas de las labores del hogar, como se ve en las jugueterías o páginas de internet que las venden- y de planes y programas de estudio desde preescolar hasta nivel superior, como se logró en parte empoderar y generar condiciones de igualdad en las niñas nacidas desde 1995 que ahora ya son jóvenes feministas, que literalmente han crecido toda su vida con el tema de la igualdad sustantiva.
Todo esto es muy bien, sin embargo, paralelamente a la “generación de la igualdad” a secas, lo que lamentablemente se generó sin buscarlo fue una “generación de la culpa” en los niños y adolescentes a quienes han dañado mucho y nadie levanta la voz por ellos.
Los niños y adolescentes sienten a través del estereotipo de género que se ha formado a su alrededor, que por el hecho de ser hombres son potencialmente violentos y futuros acosadores sexuales.
Nada más serio que estigmatizar a niños y adolescentes que, como las niñas, también son personas en situación de vulnerabilidad y personas en desarrollo, que necesitan del acompañamiento de los adultos para tener un pleno desarrollo.
Crecer con un sentimiento de culpa de lo que otras generaciones son responsables y sentir que ellos, siendo niños, son los responsables porque no dejaron a las niñas “estudiar ciencias” o son los responsables por el hecho de ser hombres por hablas maltratado y violentado históricamente, es grave porque implicar gestar estereotipos de género, que justamente se buscaron erradicar con las mujeres.
El feminismo y ONU MUJERES sin buscarlo, han dañado a los niños y adolescentes, sin embargo, nuca es tarde para reflexionar y hacer una introspección a efecto de encontrar mecanismos para no seguir estigmatizando a los niños y adolescentes.
Las generaciones de niños y adolescentes que ya padecieron esta marca, les es tocó una infancia con cargas adicionales, pero que no se siga replicando en las que vienen y se pare a tiempo para quienes siguen siendo niños y adolescentes. Ellos no son responsables de lo que ha pasado, que cada generación responda y sea responsable de sus propios actos, pero que no se les cargue a los más inocentes que no tienen manera de defenderse.
Hay que regresarles a los niños, en cuya primera infancia son iguales a las niñas, salvo por cuestiones biológicas, su alegría por vivir y, hay que quitarles el peso generacional que involuntariamente se les han impuesto.
Por eso, se debe ajustar el discurso de género para que no se agote y se debe focalizar en las mujeres adultas mayores, en la niña y mujer indígena y campesina, en la mujer con discapacidad y, entre otras, en las trabajadoras del hogar. Por ellas y por otros sectores, hay mucho por hacer todavía.