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Arte e Ideas

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El festival Cervantino, el monstruo inaprensible

El fascinante y enorme festival sigue siendo el encuentro artístico, cultural y social más importante del país.

Pues yo voy a perderme, pero en las drogas y el alcohol , informa un joven a sus amigos a eso de las 2 de la tarde.

Tal vez, nueve horas más tarde, es uno de los corean Chichis pa’ la banda a unas muchachas que bailan al ritmo de un magnífico grupo de percusionistas.

O tal vez es uno de los que se aleja con la cabeza gacha mientras unas chicas les gritan Maricones y Uuuuuuuuhhh, ¡putos! porque no les hicieron caso cuando ellas les pidieron Que bailen, que bailen .

Tal vez algún día será de los que peinamos canas y en la noche, entre los ríos de gente, sólo buscamos un lugar tranquilo donde cenar.

El fenómeno artístico-sociocultural más importante e impresionante del país y quizá de América Latina, el Festival Internacional Cervantino, terminó este fin de semana su edición 41 con su acostumbrada mezcla de bellas artes y algunas horrendas artes; sus fiestas callejeras de altos vuelos y trascendencia en la Alhóndiga y los Pastitos y algunos callejones, y la fiesta desenfrenada, pero quizá no menos trascendente para sus participantes en otros callejones, bares y cuartos de hotel; con sus contrastes sociales, desde los niños durmiendo sobre cartones mientras sus madres mendigan a los enfiestados transeúntes hasta las comunidades marginadas que recibieron agradecidas y sorprendidas la visita de diversos artistas.

Las cifras dan sin duda una idea, pero el verdadero valor del Cervantino es incalculable y ya independiente de los funcionarios.

Para poder hacer una estimación, habría que tomar, por ejemplo, al joven que se pierde en el alcohol por las calles de Guanajuato y no tuvo idea de qué o quiénes se presentaban en los múltiples foros y museos, y sumarle el notable avance de las estatuas vivientes que están pasando de ser meros adornos a verdaderos espectáculos.

Habría que contabilizar desde el sublime teatro-danza para dedos y miniaturas Charleroi Danses Kiss & Cry que nos hizo reír y llorar y nos convenció de que la vida podía ser hermosa a todos los que los vimos, pero restarle el torpe y espantoso Bola negra de Jesusa y Marcela Rodríguez con texto y presencia escénica de Mario Bellatín.

Habría que encontrar la forma de valorar el concierto que dio el gran director pero mediano compositor uruguayo José Serebrier, quien hizo sonar magnífica a la Sinfónica de Costa Rica con Shostakovich poco después de tocar sin garra, pena ni gloria sus propias piezas, y poco antes de ofrecer cuatro magníficos encores con obras de un instrumentista de la orquesta, Piazzolla, Leroy Anderson y Ginastera que por sí solos valían el boleto.

Tendría uno que sumar que la gente agotó los boletos del Salón del Consejo Universitario pero restarle su desconcierto y los bostezos de muchos cuando el cuarteto Quatuor Diotima empezó a hacer pura música de ruiditos , ajena al hecho de que la música es o debiera ser un arte escénico dirigido un público y no un experimento académico para regodearse con colegas.

Habría que considerar las inmensas belleza y perfección de Legend Lin Dance Theater, pero dividirla entre las 2 horas y 20 minutos que duró su lento espectáculo ritual Song of Pensive Beholding.

Habría que explicar cómo los conciertos para piano de Beethoven, incluyendo el 0 y el 6 con Barry Douglas, nos conmueven tanto como la reacción de las personas de comunidades apartadas a las que llegó alguna estupenda compañía artística como parte del Cervantino para Todos.

Habría que sumar el magnífico concierto de la congolesa-belga Zap Mama y multiplicarlo por la emoción de la explanada Alhóndiga llena y baile y baile y encontrar la forma de balancearlo con las canciones que aún a las 4:15 de la mañana en el nuevo horario se podían escuchar a todo volumen desde los bares.

Lo anterior, sólo por mencionar algunas de las cosas que estuvieron en escena este último fin de semana...

Y aunque podemos pensar en más restas, como la escasa presencia de críticos nacionales (un problema más de la prensa nacional que del festival) y la nula de internacionales o los asientos vacíos a pesar de que al público se informa que ya no hay boletos, lo cierto es que cada quién tendrá sus razones para apreciar al Cervantino.

Como una muchacha que tiene toda la espalda tatuada con una pareja besándose a la luz de la luna y de una clave de sol, que les dijo a sus amigos: Para mí ya estuvo chido el Cervantino porque los del albergue se hicieron como mi familita , mientras van a la Alhóndiga con esperanzas, pero pocas posibilidades, de alcanzar lugar gratuito para el concierto de Zap Mama.

manuel.lino@eleconomista.mx

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