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Capital Humano

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Todos ponen: Economías, empresas y equipos colaborativos

Si bien el origen del hombre es claramente colaborativo, su desarrollo concluyó en jerarquías que generaron los privilegios que conocemos hoy en día. Diría George Orwell en su metafórica novela Rebelión en la granja que “todos los animales son iguales, pero que algunos son más iguales que otros”.

Foto: Shutterstock

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El desarrollo de la empresa, como la conocemos hoy, nace muchísimo antes de la sociedad moderna. Los primeros seres humanos, dentro de su desarrollo evolutivo, dieron quizá el paso más relevante para lograr lo que hoy vemos como sociedad. 

Con el paso del nomadismo al sedentarismo, se crearon las tareas, los roles y nació el principio colectivo de supervivencia. Esos primeros seres humanos tomaron un territorio para sí, y dividieron su discurrir para crear una microsociedad que se caracterizaba porque cada uno tenía una función en beneficio de la colectividad.

En este proceso aparecieron los primeros agricultores, los primeros guardianes, los primeros profesores y, evidentemente, los primeros líderes –que dejaron de ser líderes de sí mismos– para convertirse en cabeza de los demás (primus inter pares) bajo un concepto de liderazgo orientado al servicio.

Es en esta raíz tan remota es donde encontramos lo que va a ser uno de los elementos preponderantes de las demandas actuales de los modelos de trabajo, que se nos imponen hoy como realidad implacable.

El origen fundamental de esta manera de vivir no estaba concebido como lo que hoy conocemos como “empresa”. Se trataba mas bien de distinguir cada cosa para lo cual la persona era buena y darle un papel dentro de ese ecosistema para contribuir efectivamente para el mismo. Ese papel no se encontraba sujeto en ese momento a una construcción jerárquica sino, genuinamente, a aprovechar la capacidad especial o relativamente mejor que alguien para contribuir al beneficio de la colectividad.

Se crea en consecuencia, el fin común, que lejos de tener en esos momentos una dimensión de propósito, era más bien una manera de administrar la necesidad de supervivencia en un entorno que se antojaba agreste y agresivo. La concepción de que había un fin común –la supervivencia colectiva– implicaba entender, para el hombre primitivo, que la suma de las partes era de lejos superior al todo.

Por ello entendemos que antes que todo estuvo la persona, y como consecuencia de ella la organización, y no al revés como se pretende hoy en día creer.

Si bien la base de la sociedad y la empresa se encuentran en esta transición hacia el sedentarismo, sin duda alguna la más importante raíz de la sociedad como hoy la conocemos, su estructura, se fue trastocando.

Con el pronto aparecimiento de las guerras como consecuencia del interés de dominar más territorio, se dividen las personas ya no sólo en roles sino en jerarquías. Esto implica que además del rol que alguien tiene, está ahora sujeto a un sistema de subordinación donde ya no es la comunidad la que determina el bien común y lo que corresponde a cada uno, sino que ello corresponde al líder. Es en este fenómeno, y su desarrollo sociopolítico durante siglos, que entendemos hoy el origen del poder, de la prevalencia de los roles, del sometimiento y la subordinación y de las estructuras sociales que luego se repiten de manera sistémica en los modelos empresariales.

Si bien el origen del hombre es claramente colaborativo, su desarrollo concluyó en jerarquías que generaron los privilegios que conocemos hoy en día. Diría George Orwell en su metafórica novela Rebelión en la granja que “todos los animales son iguales pero que algunos son más iguales que otros”. 

El desarrollo posterior de esta sociedad primitiva, hasta como lo conocemos hoy, dio al traste en el tiempo con el modelo colaborativo del estado y de la empresa, sólo recogido de manera totalitaria en los imperios griegos, romanos, otomanos y orientales y degenerados de manera absurda en los regímenes socialistas y comunistas que de desplomaron por incongruentes y nocivos.

AGILE, alternativa para volver a lo colaborativo

En aras de brevedad, damos un salto de milenos para llegar a lo que hoy conocemos –y mal conocemos– como AGILE. Lo primero que impera es desmitificar que AGILE es una metodología como las muchas que han surgido en la historia. No es comparable con los modelos de Kaizen, Calidad Total, Black Belt o los muchos sistemas que consultores y empresarios por igual han predicado. Poco o nada tiene que ver con el fácil sinónimo de velocidad o rapidez.

En su manifesto, se plantea de manera clara lo que hemos mencionado como esa realidad de épocas prehistóricas: la división de los roles, el reconocimiento de la especialización y por encima de todo el trabajo colaborativo donde cada individuo es lo que es gracias a los demás. “Soy porque somos” diría el principio de la filosofía tribal africana conocida como Ubuntú.

Hoy por hoy, podemos encontrar en la axiología y principios de liderazgo de las grandes y medianas empresas la palabra “colaboración”. Se antoja como algo perdido por los silos y las estructuras, pero claramente necesario. Sin embargo, los modelos colaborativos no se encuentran plasmados en el diseño organizacional, sino que terminan siendo satélites o células creadas con el solo propósito de forzar esas relaciones colaborativas, pero sin renunciar a las cuotas de poder que imponen la jerarquía y estructura corporativa.

Pero para nada es sombrío el panorama, por el contrario, es altamente esperanzador. El reconocimiento de la necesidad de fomentar y garantizar la colaboración es ya un principio del cual difícilmente podremos desprendernos y, por el contrario, estaremos encontrando maneras de promoverlo con la esperanza de que se logre una transversalidad organizacional que rompa los silos generados para proteger y especializar las tareas internas.

Trasladar ese modelo no a un ejercicio o a un sistema de gestión sino a una estructura organizacional funcional es el gran reto de la organización actual.

Frente a varios temas, he planteado que la solución para los problemas actuales es la aplicación de esquemas regresivos. En este caso, volver a los principios bajo los cuales el ser humano creó la tribu: una necesidad de asociación para crear algo más grande que la suma de los individuos.

Tiene una carrera de más de 30 años en áreas de Recursos Humanos en las industrias de consumo masivo, aviación y de servicios financieros. Hoy es Director de Capital Humano de Alpura. Es abogado con estudios de ciencia política y desarrollo humano en Cornell University, University of Notre Dame, University of Asia and the Pacific, Pontificia Universidad Javieriana y el ITESM. Es consultor, autor y profesor universitario.

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