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Diligencia mejor que pereza como estrategia personal
Imagine un espacio donde la gente se mueve de un lado a otro tan velozmente que si retratara la situación parecería que ha acelerado las imágenes y sus protagonistas se movieran a cámara rápida. Esa es la impresión que tiene Dante Alighieri cuando llega al cuarto nivel del Purgatorio, dedicado a la Pereza, en su Divina comedia.
Los que allí se encuentran purgando este defecto pecaron de holgazanería y dejadez, y, por eso, su castigo es moverse frenéticamente, en un ajetreo exacerbado e irreflexivo: “Estamos tan ungidos a movernos que no podemos ni parar”, gimen. En su ejemplo se presiente el ideal aristotélico de que la virtud se halla en el medio de dos defectos situados en los extremos: la flojera y la precipitación.
El de la Pereza es el capítulo más corto de la Comedia. Quizás eso quiera significar que se trata del vicio más aburrido, el que despierta menos interés, porque la vida de los perezosos es tediosa, genera hastío y, por tanto, no compensa dedicarle tiempo. Además, los habitantes de este nivel no conversan con Virgilio ni con Dante, como sí hacen otros habitantes del Purgatorio, porque su ímpetu les mantiene demasiado ocupados para detenerse a hablar.
Diligentes históricos
Hay dos personajes históricos que se mencionan en este pasaje de la Divina comedia como ejemplos de prontitud. Uno es Julio César quien, con el fin de completar su misión conquistadora y pese a la intensidad de las hostilidades que el ejército romano mantenía en las Galias, cabalgó hasta Hispania para someter a la ciudad de Lérida. También se cita a Eneas, quien no se entretiene en su recorrido hacia la fundación de Roma, consciente de su trascendental tarea. Se diferencia de otros héroes clásicos, como Ulises, quien, a pesar de estar deseoso de volver a Ítaca, disfruta de sus aventuras, que son las que realmente dan sentido a su odisea.
Dante vincula la diligencia con el sentido de urgencia. Prefiere la rapidez en la ejecución sobre el goce pausado de la experiencia. Entiende la virtud de la diligencia como se suele concebir en el entorno empresarial, donde se enfatiza la orientación a la acción y la ventaja temporal como garantías del éxito, más que la reflexión en calma y el relativo distanciamiento que procura una mejor perspectiva.
Contemplación y letargo
Sin embargo, el éxito de destacados líderes empresariales parece tener que ver más con la observación distante de la realidad que con la inmersión en una actividad apresurada o decisiones expeditas. En 1990, en la carta anual a sus accionistas, el conocido inversor Warren Buffet explicaba:
“El letargo rayano en la pereza sigue siendo la piedra angular de nuestro estilo de inversión: este año, ni compramos ni vendimos una sola acción de cinco de nuestras seis principales empresas participadas”.
En comparación con otros gestores de fondos o ejecutivos financieros que viven pegados a las noticias en tiempo real, Buffet dedica su tiempo a leer memorias financieras, ojear artículos de opinión y charlar con otros colegas o conocidos. Todo esto le procura una base de conocimiento general y cierta perspectiva para tomar las mejores decisiones.
De nuevo, la virtud es resultado de un balance entre la actividad diligente y la inmovilidad.
Desgana, vagancia y apatía
La pereza se suele definir como la falta de ganas de trabajar o, en general, de hacer cualquier cosa. Suele asociarse con la desgana, la vagancia, la desidia e incluso la apatía. En la Comedia, Dante delimita el concepto de pereza de una manera más enfocada, como la tardanza en hacer el bien.
No se trata, pues, de inactividad o retraso en implementar cualquier tipo de actividad, especialmente las que redundan solo en beneficio propio, sino de la demora en ejecutar buenas obras. En esta acepción, la pereza tiene también un sesgo de maldad, de crueldad, porque presupone un ánimo de perjudicar a otros, ya sea por acción o, las más de las veces, por omisión. Por eso la pereza no solo deteriora al que la padece sino que también tiene efectos negativos en los demás.
Se sucumbe a la pereza por el abandono reiterado, en una especie de cuesta abajo del proceder. La falta de disciplina para levantarse temprano, el desprecio de los horarios o el desaprovechamiento de la jornada suponen rendirse al cansancio y la inercia, una tentación que experimentamos todos.
Las personas que recurrentemente incumplen sus compromisos o citas por causa de la flojera son tachados de holgazanes y suelen perder, además de la confianza de los demás, también su reputación. En el entorno empresarial, los comodones se granjean el desprestigio y el reproche de sus colegas y jefes. Es uno de los vicios que peores efectos tiene en la carrera profesional.
Educar contra la pereza
Es importante que tanto en la familia como en las instituciones de enseñanza se inculque a niños y jóvenes hábitos como la disciplina, el orden y la puntualidad, que ayudan a someter la pereza.
Algunos educadores piensan que los alumnos deben “venir educados” de sus casas, refiriéndose a que los hábitos de conducta y etiqueta se suelen aprender en la familia. Sin embargo, pienso que la misión de los colegios y las universidades no es únicamente la transmisión de conocimiento o la preparación de profesionales competentes, sino también el desarrollo de ciudadanos globales, lo que conlleva la práctica de las virtudes cívicas básicas, entre ellas la diligencia.
Roland Barthes, filósofo estructuralista y semiólogo francés, publicó en 1979 un artículo titulado “Atrévase a ser perezoso”. El texto de Barthes no es una defensa de la pereza, sino más bien del disfrute del ocio y de la necesidad de diversificar las actividades y no estar dedicado exclusivamente a un trabajo por cuenta ajena, especialmente si no es gratificante. En su artículo, citaba la frase de Arthur Schopenhauer:
“En la vida civil, el domingo representa el aburrimiento y los seis días de la semana la miseria”.
Barthes explicaba que, con los años, los domingos se han convertido en los días en los que se hace todo lo que se omite entre semana. Sin embargo, en su opinión, son días para dedicarse al ocio, que en ningún caso es sinónimo de pereza.