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Opinión

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A cambiar todo

En medio de preparativos para enfrentar la expansión de la pandemia en México, la marcha del #8M y el paro #9M pueden parecer lejanos. Sin embargo, precisamente en este contexto de preocupación general, el significado de ambas fechas relumbra como una potente luz en plena tormenta. A partir de las reflexiones que derivemos de esta movilización (entusiasta y silenciosa a la vez), podremos seguir avanzando y sentar las bases para crear una nueva convivencia, para cambiar todo.

Nunca antes se habían reunido en la capital y otras ciudades del país tantas mujeres de todas las edades, condiciones y estilos de vida, creencias, en marchas para alzar la voz juntas contra la violencia y el machismo, por una sociedad igualitaria y políticas públicas para mujeres y niñas. Así, pese a los obstáculos impuestos por el gobierno de la Ciudad de México, por ejemplo, la manifestación empezó desde los vagones de metrobús y metro repletos de jóvenes vestidas de negro, morado y verde, continuó en grupos grandes y pequeños, coreando consignas, por Reforma. Antes de llegar al monumento a la revolución quienes hemos asistido a marchas feministas anteriores, sabíamos, emocionadas, que ésta uniría por fin a la gran multitud que tanto anhelábamos.

Y sí, pese a los infiltrados que se ensañaron sistemáticamente sobre los destrozos hechos ya por chicas encapuchadas, y que, a diferencia de ellas en marchas anteriores, tiraron bombas molotov, gas irritante y provocaron heridas o pánico, marchamos. Pese a la torpe obstaculización del paso hacia el zócalo y a la transformación de éste en tiradero de fierros y templete del concierto, pese a la reedición de las maniobras autoritarias para evitar que ahí, en la plancha, se constatara la multitudinaria participación ciudadana, en este caso feminista y femenina, llegamos. Pese a eso y a las descalificaciones previas, los ríos de mujeres jóvenes y adultas, niñas, niños, inundamos de color, alegría, exigencia y energía renovada esas calles que tantas manifestaciones “históricas” han visto. Esta marcha hasta rebasa tan gastada expresión.

Marcha excepcional porque demostró la urgencia de reunirnos para exigir prevención y sanción contra la violencia machista, para denunciar: “Estado feminicida”, para afirmarnos: “Nos quitaron el miedo”, “Soy la que te hará pagar las cuentas” como canta Vivir Quintana; para enunciar y bailar la necesaria ruina del “patriarcado, ¡que va a caer!”, y la vitalidad del feminismo, esta lenta revolución pacífica que busca cambiar todo (y que nada quede igual). Marcha esperanzadora por la gloriosa sensación de caminar unidas, de vivir juntas calles pintadas de morado, sin temor, con la convicción del puño en alto en favor de la marea verde, con la voz cantante “¡Ni una menos!”, “Si tocas a una, respondemos todas”, y la creatividad de quienes bailaron, hicieron música, pintaron de imágenes brillantes metros del zócalo. Más de 80,000 sin duda, 250,000 tal vez. Nos sentimos como el millón que alguna vez seremos.

El paro del #9M que vació el Metrobús, el metro, las calles, contrasta por el silencio y la ausencia con la jornada anterior. Como ésta, exhibe la potencia de la resistencia. No salir, no producir, no comprar o no cuidar fue también una protesta pacífica en unidad, la conjunción tácita de voluntades: ausentarnos para revalorar nuestra presencia en el espacio público y nuestra actividad en lo privado. Complementarias, estas protestas confirman la vitalidad de la ciudadanía de las mujeres, el potencial de cambio acumulado por décadas, la urgencia de transformación que las jóvenes, pero no sólo ellas, sienten y exigen.

En estos días de temor creciente, volver a esa experiencia de alegría y esperanza puede alentar nuestra confianza en el futuro, el que queremos y necesitamos. Las exigencias mismas del confinamiento —en las mujeres “cuidadoras” en particular— invitan a reflexionar. Sí, el mundo está mal hecho y debemos cambiarlo. Unamos propuestas, pensemos, dialoguemos, para construir un camino común hacia la justicia, la igualdad y la paz.

@luciamelp

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Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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