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Opinión

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La estatua de Colón

Cristóbal Colón partió de un error de cálculo para aventurarse en cuatro ocasiones hacia América creyendo–también por error– que había encontrado una ruta de navegación hacia la India evitando rodear África.

Basándose en los datos imperantes de Ptolomeo (90-168 D.C.), que sugerían que la circunferencia terráquea era de 29,000 kilómetros (medición que subsistió por siglos sobre la de Eratóstenes (276?-195 A.C.) que arrojaba una extensión casi precisa del planeta de 45,000 kilómetros), y en su extraordinario conocimiento de vientos y de las corrientes marinas de Canarias y Ecuatorial del Norte, el almirante genovés decidió emular a los grandes navegantes portugueses contemporáneos y emprender una ruta desconocida rumbo a Asia.

El desembarco de Colón en tierras americanas (que él creía islas japonesas) generó, desde 1492, todo tipo de leyendas, dogmas, reacomodos religiosos y debates, algunos subsistentes hasta esta fecha.

Que Colón descubriera América no se trata de un hecho –señala Edmundo O’Gorman– sino meramente de la interpretación de un hecho. Es cierto. Esa lectura del “descubrimiento” obedece a la visión europea que permitió –desde esa óptica– la colonización de estas tierras y la evangelización de sus habitantes, justificando los modos en que las coronas española y portuguesa, así como la iglesia católica, expandieron sus dominios.

Hace 30 años, con motivo del quinto centenario de este acontecimiento, se hablaba ya del “encuentro de dos mundos” más que del “descubrimiento de América”, balanceando así la visión indigenista del suceso.

Cada viaje de Colón –señala Daniel Boorstin– era una proeza en sí misma. Dadas las rudimentarias técnicas e instrumentos de navegación (no se usaba el astrolabio), era realmente notable que regresara con extraordinaria exactitud a los mismos lugares a los que había llegado accidentalmente. Colón realizó su último viaje a tierras americanas en 1502. Hasta esa fecha, los mapas o croquis sugerían que las porciones terrenas de este Mundus Novus eran islas o penínsulas asiáticas. Colón moriría en 1506 ignorando que había topado con un continente desconocido y sin advertir procesos como el de la conquista española consumada 15 años después.

Los viajes de Américo Vespucio en los 1500, los cuales compartían la visión colombina sobre el tamaño de la tierra, le hicieron pronto dudar de los cálculos de Ptolomeo para concluir que, en realidad, se trataba de un continente diferente. El obscuro cartógrafo alemán Martin Waldseemüller, autor del famoso mapa Universalis Cosmographia de 1507, fue quien arbitrariamente decidió bautizar a este “nuevo” continente como América, dándole el crédito al navegante florentino y no al genovés.

Independientemente del enfoque que demos a la inevitable expansión europea por todo el orbe tras el avistamiento de Guanahaní, lo cierto es que la odisea de aquellos 70 días a bordo de tres carabelas representa no sólo una hazaña para la especie humana, sino un cambio histórico irreversible.

Remover la estatua de Colón de Avenida Reforma, castigándolo como responsable de la desigualdad que afecta a comunidades originarias cinco siglos después, es un inútil y acomplejado acto de revanchismo que oculta la insuficiencia de las políticas actuales para erradicar esa desigualdad. Nomás falta que la 4T exija una disculpa al gobierno italiano por la calaña de sus navegantes.

@erevillamx

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Eduardo Revilla. Abogado por la Escuela Libre de Derecho. Presidente de la Comisión de Impuestos de la International Chamber of Commerce (ICC México). Fue Director General de Asuntos Fiscales Internacionales de la SHCP. Ha sido profesor de Derecho Fiscal por más de 30 años en diversas universidades.

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