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Opinión

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Sin transparencia

La información es uno de los elementos de mayor valor para un gobierno. Poseerla, usarla y no compartirla es la tentación mayor de todo político dispuesto a permanecer en el mando el mayor tiempo posible. Las democracias intentan llegar a un equilibrio entre el derecho ciudadano a conocer la información que debe ser pública y aquella otra que por “razones del Estado” debe permanecer a resguardo para evitar un daño a la población en general.  

El México del PRI fue celoso del monopolio informativo. Nada que fuese propio de la actividad gubernamental era factible de ser conocido por la sociedad. La censura era no únicamente en la opinión, sino en todo aquello que desde el interior del aparato de Estado era considerado como de dominio privado del presidente de la República y sus más allegados.

La transición democrática demandó transparencia y derecho a la información de aquello que, al utilizar recursos públicos, era obligatoriamente del conocimiento de la sociedad en general. La creación del Instituto Nacional de Acceso a la Información, el Inai, con todas sus modificaciones, sirvió de contrapeso frente a la voracidad de políticos de todos los colores dispuestos a seguir viviendo ilegalmente del presupuesto público. El principio es muy sencillo: todo peso recaudado y gastado debe ser informado.

A pesar de que esto no inhibió a la cleptocracia de seguir  operando, las denuncias y escándalos golpearon significativamente a aquellos acostumbrados a hacer del robo una forma de vida. La intención de López Obrador de dejar inoperante al Inai, y eventualmente desaparecerlo, forma parte de esa narrativa según la cual la corrupción se termina porque el caudillo lo decreta bajo el lema: “no somos iguales”.

De la misma forma que la reforma legal que se pretende aprobar, y según la cual el gobierno podría cancelar contratos sin tener que realizar indemnización alguna, la eliminación del Inai serviría como catalizador de un gobierno que se encamina al autoritarismo despótico, opaco y sin la obligación de rendir cuentas ante nadie más que a su imaginario e inexistente pueblo de hombres y mujeres buenos.

El círculo se cierra y los organismos autónomos que fueron creados como contrapesos frente al presidencialismo histórico que gobernó este país por décadas van desapareciendo, o quedando como membretes sin sustancia frente a la reconstrucción del Estado revolucionario de un solo hombre. La “mañanera” como verdad absoluta e información oficial e indiscutible sustituye a todo. Hemos regresado a la era de la revolución institucionalizada, o a la del porfiriato reciclado.

Ezra Shabot Askenazi es Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México. Analista político y catedrático universitario con 22 años de trayectoria en la UNAM. Como académico ha sido jefe del Departamento de Ciencias Sociales y Jefe de Planeación Académica en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán.

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